Por: José Oscar Fernández
Ser paciente renal ha sido para mí la oportunidad de detenerme a reflexionar sobre lo bello que es la vida, pese a las dificultades que se tienen a diario por múltiples razones –varias de ellas cotidianas- y que sin embargo no han alterado mi estado anímico para intentar, siempre, sentir mejoría en la calidad de vida propio y de la familia.
El miedo a estar conectado a una máquina para poder seguir viviendo, es un sentimiento natural en cualquier paciente novato. Pero en mi caso sobrepasaba los límites de la normalidad.
Cuando supe que mis riñones habían degenerado a tal grado que era urgente iniciar mis sesiones de hemodiálisis varias veces por semana, el mundo se me vino encima. Mucha ansiedad, lloriqueos cuando me encontraba solo y la desesperanza se apoderaban fácilmente de mí.
La familia, principal sostén y motivación para entregarme a la lucha constante en procura de la salud, comenzó a tener un comportamiento que me resultaba extraño. Mis dos hijas advertían un nerviosismo poco común en ellas. Antes de enfermarme por lo general eran muy divertidas y activas, pero cuando conocieron de mis malestares se notaban compungidas.
Su madre, compañera que ha estado dirigiendo el matrimonio desde los primeros días de la convalecencia, ya se veía con cara de “viuda”. Hice gravedades, entre ellas un par de principios de edemas pulmonares que obligaron mi “reclusión” en el Instituto Dominicano de Cardiología, incluso en una de esas ocasiones por casi un mes. La diabetes campeaba por sus fueros y el cuadro abrumaba, era desolador.
Soy un hombre con una especial relación con Dios, Todopoderoso. Y El ha hecho el milagro de yo conseguir estabilidad emocional, entereza, valor, disciplina y dedicación para lograr enfrentar las diálisis y el miedo constante que sentí semanas antes y durante mis primeros días.
Para ello utilizó a varios amigos. Uno de ellos un ex alumno brillante que tuve durante la época en que era entrenador de baloncesto: Miguel Ángel Esteban (El Michael), un veterano paciente renal en diálisis a quien observaba actuar con una normalidad impresionante, Eddis Castillo Astacio, presidente de la Asociación de Pacientes Renales Sendero de Vida Inc., y el profesor Martín Cruz, otro paciente renal, quienes me orientaron y contribuyeron notablemente para que perdiera el miedo, enfrentara la verdad con disciplina y volviera a sonreír.
A un año y varios meses de estar en diálisis, he puesto en circulación un libro de corte enciclopédico que recoge la historia del boxeo aficionado dominicano. Es el primer libro que escribo bajo esta condición de vida y aún con ciertas limitaciones no hubo diferencias grandes con relación a otros que ya había escrito sobre básquetbol cuando estaba “completamente sano”.
Hoy, las diálisis son parte de mi cotidianidad. No me impiden gozar de la vida, porque a todo le busco el lado bueno. Incluso, a los malestares que se producen cuando hay descompensaciones inesperadas por alguna razón.
En mi caso, como en el de muchos pacientes renales que conozco, esta condición no ha sido obstáculo para seguir adelante y ver lo hermoso del esfuerzo que hacemos para sostener lo más preciado que tenemos, la vida. Ojala que mi experiencia les sirva para entender que todavía podemos ser importantes para nuestras familias, la sociedad y nosotros mismos. Dios les bendiga.
Ser paciente renal ha sido para mí la oportunidad de detenerme a reflexionar sobre lo bello que es la vida, pese a las dificultades que se tienen a diario por múltiples razones –varias de ellas cotidianas- y que sin embargo no han alterado mi estado anímico para intentar, siempre, sentir mejoría en la calidad de vida propio y de la familia.
El miedo a estar conectado a una máquina para poder seguir viviendo, es un sentimiento natural en cualquier paciente novato. Pero en mi caso sobrepasaba los límites de la normalidad.
Cuando supe que mis riñones habían degenerado a tal grado que era urgente iniciar mis sesiones de hemodiálisis varias veces por semana, el mundo se me vino encima. Mucha ansiedad, lloriqueos cuando me encontraba solo y la desesperanza se apoderaban fácilmente de mí.
La familia, principal sostén y motivación para entregarme a la lucha constante en procura de la salud, comenzó a tener un comportamiento que me resultaba extraño. Mis dos hijas advertían un nerviosismo poco común en ellas. Antes de enfermarme por lo general eran muy divertidas y activas, pero cuando conocieron de mis malestares se notaban compungidas.
Su madre, compañera que ha estado dirigiendo el matrimonio desde los primeros días de la convalecencia, ya se veía con cara de “viuda”. Hice gravedades, entre ellas un par de principios de edemas pulmonares que obligaron mi “reclusión” en el Instituto Dominicano de Cardiología, incluso en una de esas ocasiones por casi un mes. La diabetes campeaba por sus fueros y el cuadro abrumaba, era desolador.
Soy un hombre con una especial relación con Dios, Todopoderoso. Y El ha hecho el milagro de yo conseguir estabilidad emocional, entereza, valor, disciplina y dedicación para lograr enfrentar las diálisis y el miedo constante que sentí semanas antes y durante mis primeros días.
Para ello utilizó a varios amigos. Uno de ellos un ex alumno brillante que tuve durante la época en que era entrenador de baloncesto: Miguel Ángel Esteban (El Michael), un veterano paciente renal en diálisis a quien observaba actuar con una normalidad impresionante, Eddis Castillo Astacio, presidente de la Asociación de Pacientes Renales Sendero de Vida Inc., y el profesor Martín Cruz, otro paciente renal, quienes me orientaron y contribuyeron notablemente para que perdiera el miedo, enfrentara la verdad con disciplina y volviera a sonreír.
A un año y varios meses de estar en diálisis, he puesto en circulación un libro de corte enciclopédico que recoge la historia del boxeo aficionado dominicano. Es el primer libro que escribo bajo esta condición de vida y aún con ciertas limitaciones no hubo diferencias grandes con relación a otros que ya había escrito sobre básquetbol cuando estaba “completamente sano”.
Hoy, las diálisis son parte de mi cotidianidad. No me impiden gozar de la vida, porque a todo le busco el lado bueno. Incluso, a los malestares que se producen cuando hay descompensaciones inesperadas por alguna razón.
En mi caso, como en el de muchos pacientes renales que conozco, esta condición no ha sido obstáculo para seguir adelante y ver lo hermoso del esfuerzo que hacemos para sostener lo más preciado que tenemos, la vida. Ojala que mi experiencia les sirva para entender que todavía podemos ser importantes para nuestras familias, la sociedad y nosotros mismos. Dios les bendiga.
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